El evangelio según Spiderman
En las películas de superhéroes se muestra una verdad vital: el bien triunfa sobre el mal, pero siempre conlleva, a cambio, un sacrificio
Dedicado a Rodrigo Planell, Daniel Toranzo y Alejandro Villarroel, y en ellos a todos los Quintos de 2022 de Toro. Dios sabe el porqué (y creo que ellos también).
Me encantan las películas de superhéroes porque muestran la vida tal y como es. Un momento, ¿qué es eso de que las películas de superhéroes muestran la vida tal y como es? Pues sí, mi querido lector. Y es que muchas veces pensamos que la vida tiene que ser perfecta para poder vivirla y que la felicidad es la ausencia de problemas y de dificultades, pero eso es lo que los psicólogos llamarían una idea irracional. La vida, como la felicidad, comporta un punto de sufrimiento, de inconveniencia, de incomodidad, de agonía (en el sentido etimológico de la palabra, es decir, de ‘combate’), que precisamente es lo que le proporciona muchas veces a la existencia un cariz especial.
Los superhéroes empezaron siendo creaciones literarias —sus precursores fueron los grandes héroes de los mitos griegos—, que después pasaron al papel cuché del cómic y darían el salto a la gran y pequeña pantalla, y también en nuestros días a los dispositivos inteligentes de todo tipo. Son irreales, pero nos atraen mucho porque encienden en nosotros esa pasión por el bien, la verdad, la justicia, el amor y toda clase de ideales que todos llevamos dentro. Son mentira, pero esconden una gran verdad, y es que a todos nos gustaría poder solucionar los grandes problemas que asolan nuestro gran o pequeño mundo. En efecto, los superhéroes nos recuerdan esa “todopoderoseidad” que tantas veces nos juega malas pasadas, porque no acabamos de “aceptar” la paradoja de la aceptación, valga la redundancia: las cosas realmente cambian cuando las aceptas tal y como son, porque entonces el que cambias eres tú y tu actitud. Sabemos que somos limitados, pero los superhéroes nos hacen olvidar por un momento que lo somos y nos catapultan hacia un soñar despiertos que, aunque sea solo durante el tiempo que dure la película, nos hace creer que somos inmortales.
Me encantan las películas de superhéroes, sobre todo porque, desde hace ya unos años, y me da lo mismo el universo Marvel que el de DC Cómics e incluso me atrevería a incluir aquí la factoría Disney-Pixar, vengo observando que en estas historias se ofrece una gran verdad: el bien siempre triunfa sobre el mal, pero esto supone siempre un precio. Nada es gratis. Las cosas no permanecen como si nada hubiera sucedido.
Esta reflexión me vino a la cabeza al ver la última película del Spiderman de Marvel interpretado por el joven Tom Holland. Con el subtítulo “No way home”, es decir, “sin camino a casa”, se nos ofrece el “aparente” final de la trilogía del hombre araña, quien, tras la revelación pública de su identidad por el villano Mysterio al final de la anterior entrega, pide ahora al Doctor Strange que haga que todos olviden su identidad. La reflexión del místico mago es muy interesante: todos olvidarán quién eres y lo que has vivido con ellos, también las personas a las que quieres. Peter Parker se lo piensa, pero aun así le pide que continúe con el hechizo. Sin embargo, a última hora, nuestro héroe cambia de opinión y corrompe el hechizo de Strange para que al menos sus más allegados recuerden quién es. Es peligroso jugar con la magia y, al salir mal el hechizo, diferentes villanos de otras dimensiones (aparece aquí el concepto de ”multiverso” que ya hubiera querido conocer Einstein) vienen a nuestro mundo y empiezan a hacer de las suyas. El Doctor Strange advierte a Spiderman que hay que devolverlos cuanto antes a sus lugares, pero Peter responde que no es justo, pues están destinados a morir, disponiéndose a buscar una cura para ellos. Strange no está nada de acuerdo, por lo que Peter tiene que neutralizarlo tras una memorable batalla en la dimensión espejo en la que el arácnido llega a afirmar: “¿Sabes qué es más genial que la magia? ¡Las matemáticas!”. A partir de aquí, y junto a sus amigos MJ y Ned, Spiderman se afana en llevar a cabo su “plan de salvación”, que se verá truncado varias veces. El Duende Verde será especialmente correoso, llegando a provocar la muerte de Tía May. Las escenas finales se desarrollan en el incomparable marco de la estatua de la Libertad y con la sorprendente ayuda de Peter-dos (el Spiderman interpretado en otras películas por Tobey Maguire, y que ahora utiliza telarañas orgánicas) y Peter-tres (el Spiderman interpretado por Andrew Garfield, y que sigue atormentado por no haber podido salvar a su novia). Los villanos son restaurados con el suero que han fabricado Peter y sus amigos, pero Spiderman se da cuenta de que la única forma de que todo vuelva a su sitio es que el mundo no conozca que él, Parker, es Spiderman, y así se lo pide al Doctor Strange, quien cumple su deseo. Solo cuando uno realmente ama a los demás está dispuesto a sacrificarse por ellos hasta el punto de olvidarse de sí mismo.
A poco que usted, querido lector, conozca el evangelio, es decir, la vida de Jesús, estará conmigo en que el argumento de esta película que acabamos de repasar tiene muchos puntos de encuentro con el cristianismo. Salvar, perdonar, sanar, sacrificarse, amar, etc., son palabras y realidades que aparecen en esta tercera entrega del hombre araña protagonizado por Holland y que solo cobran pleno sentido desde el imaginario cristiano. Una última cosa. Cada uno de los “tres” Peter repite unas palabras que se han hecho famosas, pero que no son suyas, sino que ha aprendido de su tío Ben —Peter es adoptado—, y que son las siguientes: “un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. En realidad, estas palabras aparecen al final de la última viñeta del primer cómic de Spiderman, creado por Stan Lee. Si uno las piensa bien y las hace suyas, despertarán, estoy seguro, al pequeño héroe que llevamos dentro.